Comer no es sólo cuestión de apetito
manuelita otero
National Geographic tiene un programa tremendamente interesante acerca de cómo funciona nuestro cerebro, se llama Juegos Mentales. En el capítulo que vi esta semana nos contaban cómo el cerebro nos engaña y a la vez nos alerta a la hora de comer o de comprar alimentos, porque tiene en cuenta la apariencia de la comida. Con varios experimentos y entrevistando a los que saben del tema, llegaron a conclusiones como que los colores vibrantes, especialmente las gamas de rojos y amarillos son más atractivos para nuestro cerebro cuando compramos los productos en el supermercado. De allí que, por ejemplo, muchas empresas decidan teñir la mantequilla de amarillo, así su color original sea blanco o gris.
Todo este tema de la apariencia de la comida, más allá de los trucos y maniobras que pueda hacer nuestro cerebro, me hizo pensar en lo rico que es sentarse a comer cuando la comida está bien servida en un ambiente agradable -y ojo esto no quiere decir necesariamente con lujos o en ambientes ostentosos-.
Tengo una tía que es muy detallista con sus cosas y eso siempre me ha parecido inspirador. Ella se fija en cada detalle de su casa, de sus cosas, de su ropa, sin que sea una persona complicada. Siempre me ha llamado la atención cómo - y sin exagerar en pequeñeces- ella presta atención a la forma en que se sirve la comida y se pone la mesa en su casa, independientemente de si la comida es un sandwich de queso o es un gran plato gourmet. Incluso recuerdo que cuando yo era niña y viajaba a su casa en vacaciones, me encantaba verla preparar y servir las ensaladas por el buen gusto y el cariño que les ponía, y esto hacía que las ensaladas se vieran provocativas y deliciosas - y eso que cuando uno es niño no es precisamente el más fan de las verduras-.
Hoy, 20 años después de mis vacaciones habituales en Medellín, sigo disfrutando cada visita a su casa porque de verdad da muchísimo gusto sentarse a la mesa y ver que cada detalle es importante. Todo se ve bien servido, lindo y coqueto sin que exista mayor misterio ni complicación. Uno, aparte de comer rico, come con gusto. Y creo que de eso precisamente es de lo que se trata: de comer con gusto. ¿Qué sentido tiene que invirtamos una platica significativa en la zona gourmet de los supermercados o en verduras orgánicas o en vinos y condimentos de moda si finalmente terminamos sirviendo todo “a las patadas”? ¿Qué sentido tiene que nos matemos trabajando si no nos regalamos tres minutos para poner lo que nos vamos a comer de una manera atractiva y agradable para nuestros propios sentidos?
Creo que hay mucho de cierto cuando se dice por ahí que “todo entra por los ojos”. Y podría asegurar también que hasta comemos de mejor genio y en un mejor mood si nos sentamos y vemos un plato de comida bien servido, una mesa bien acomodada y uno que otro detalle que nos recuerde que somos importantes en todo momento y que merecemos cosas buenas y bonitas sin importar si estamos solos o acompañados.
Muchas veces es cuestión de regalarse unos minutos y hacer cosas sencillas como: poner un individual limpio y derechito; una servilleta linda y bien doblada; escoger una taza antojadora para la fruta o verdura; tener un par de flores cerca del lugar donde comemos; ponerle una rodaja de limón bien cortada al agua que nos tomamos; quitar un poco el desorden que haya cerca; decorar nuestro arroz o carnes con alguna hierba fresca que nos guste. En fin, cuestión de detalles, cuestión de coquetería para conquistar no sólo el estómago sino también el corazón.
Ana