Rosado con gris
manuelita otero
A pesar de que nunca he sido fan número 1 del color rosado, siempre me ha gustado cómo combina con gris. Siento que es una mezcla armoniosa que además genera un gran contraste. Pues bien, últimamente he estado pensando mucho en esta paleta de colores, que suele ser común en la ropa y juguetes de los niños, porque quiero volverla un patrón en mi vida. Y no me refiero precisamente a usarla en cosas físicas, sino a tenerla presente en la crianza de mi chiquita.
El año pasado creo que viví una de esas “PRIMIPARADAS” (sí, así en mayúsculas) que nos pasan a las mamás primerizas, valga la redundancia. Dediqué más de dos meses -siendo un poco intensa la verdad-, a preparar a mi hija de 4 años para su entrada al colegio grande. Casi que a diario, por medio de cuentos, juegos y charlas, le hacía una lista de todas las cosas chéveres y maravillosas que se iba a encontrar e iba a vivir en el “cole grande” porque, como toda mamá (creo), soñaba con que el primer día del colegio de mi hija fuera uno de los más felices e importantes de su vida. Soñaba con que el cambio fuera “natural”, fácil y sin traumas. Que no llorara, que se fuera tranquila, que hiciera nuevos amigos, que pidiera ayuda cuando la necesitara, que no se perdiera, etc., etc., etc.
Yo estaba convencida de haber hecho un trabajo casi perfecto porque Manü jugó feliz por tres semanas seguidas al “colegio grande”. En las vacaciones, justo antes de entrar, los peluches y las barbies se convirtieron en Paula, Juan, Laura, Sofía; Mateo y la nueva profe. En mi opinión, ella, durantes esas semanas, había logrado entender que se venía un cambio feliz en su vida, con amigos nuevos, profe nueva y cosas llenas de alegría. Así que yo, muy orgullosa, decía: “Estamos más que listas”.
Con todo este preámbulo que hicimos, debo reconocer que el primer día efectivamente fue un gran primer día. Estuvo relajada, poco tímida y segura del terreno que estaba pisando. Incluso esa fue su actitud las primeras semanas. Pero, como casi todo en la vida, el tiempo es el que va mostrando con más profundidad cómo es que en realidad vivimos y afrontamos los cambios. Con esto no quiero decir que la esté pasando mal en el cole. De hecho, para nada, pero sí quiero admitir que yo le hubiera podido facilitar mucho más las cosas si en toda la antesala que hice para dar el paso del jardín al colegio le hubiera combinado “rosado con gris”. Pasé por alto, por ejemplo, contarle que así hubiera días en los que ella no quisiera ir a estudiar por sueño o pereza, igual tendría que hacerlo porque esa era su nueva responsabilidad. Olvidé mencionarle que no todos los nuevos compañeros de su salón tenían que ser sus amigos, que era normal que no le gustaran todas las clases, que de pronto algún día se podía enfermar estando allá o que tal vez en algún momento alguien le iba decir algo feo sin ella merecerlo y que los recorridos en el bus del colegio, al menos en Bogotá, a veces parecen eternos.
Aunque suelo ser muy analítica, por algún motivo no hice lo que era obvio: contarle a mi hija que seguramente también iban a pasar cosas que no serían ni tan divertidas ni tan chéveres. Claro, es una gran idea y un impulso natural que cuando hay un cambio importante, les digamos a nuestros hijos todo lo lindo, bueno y positivo que puede venir con eso; pero seamos honestos, el gris hace parte de la vida y es importante que ellos desde chiquitos lo sepan. Muchas veces es necesario que escuchen el cuento completo. Y qué mejor que sea con nuestra guía.
Ahora, cuando pienso en este tema, de prepararnos ante los cambios, concluyo que tan sólo se requieren cosas sencillas, como hacer una lista de lo no tan maravilloso, hablar con otras mamás de sus experiencias o preguntarle a mi hija cómo cree que sería su reacción ante ciertas situaciones reales, no tan perfectas. Tras unos cuantos meses de “cole grande” veo con claridad que es necesario preparar mejor a mi chiquita para que enfrente y disfrute un mundo en el que sencillamente no todo es color de rosa.
Ana