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Que buen silencio

Mi vida, mi testimonio

manuelita otero

¿Alguna vez has estado alrededor de alguien que habla con emoción sobre su ciudad o su lugar favorito? Sus ojos parecen agrandarse a medida que te van describiendo la comida, los paisajes, la gente y todo lo que pasa en ese lugar tan especial y lo más probable es que te termine diciendo:“¡ tienes que ir!” Me pregunto qué pasaría si yo me emocionara asi cuando hablo de mi historia, y no por todo lo que he logrado, sino por todo lo que Dios ha hecho en mi vida y la forma en la que Él me ha apoyado en todas las situaciones, tanto en las buenas como en las malas. Como creyentes, cuando interactuamos con algunas personas a nuestro alrededor, ellas deberían quedarse con la curiosidad acerca de qué tenemos especial para luego decir “yo quiero algo similar”. Y ese “algo” no es plata o una vida glamorosa, ese “algo” es el gozo que Dios nos da.

Leemos en la Biblia sobre una vez en la que Jesús se encontró con una mujer samaritana que buscaba agua, apenas ella supo que Él era el Mesías, a quien estaban esperando, “La mujer dejó su cántaro, volvió al pueblo y le decía a la gente: - Vengan a ver a  un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (Juan 4:28-29)

Cuando creemos en Dios muchas veces pensamos que tenemos que “arreglar” la vida de otras personas, pero esa no es nuestra responsabilidad. No se supone que tengamos que cambiar a quienes nos rodean, debemos amarlos. Los invitamos diciéndoles: “Ven y mira lo que Dios ha hecho en mi vida. No tienes que creer, no tienes que escuchar largos sermones. Solo estoy tan feliz que quiero compartir lo que estoy viviendo contigo.” Nuestra vida es nuestro testimonio. Hemos sido llamados a ser amor a donde quiera que vayamos. No se supone que debamos juzgar, asumir o rechazar a alguien. Muchas veces olvidamos lo que está escrito: “Porque  tanto amó Dios al mundo, que dio a su HIjo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda , sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16) La palabra “todo” incluye a todo el mundo, ¿quién soy yo acaso para decidir a quién amar y a quién no? Jesús murió por todas las personas.

Todos los que amamos a Dios tenemos una gran responsabilidad: “...Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (Hechos 1:8)  ¿Están las personas a tu alrededor emocionadas de escuchar tu testimonio? ¿Sienten algún tipo de interés cuando les dices “ven y mira”? ¿Estás amando incondicionalmente como Jesús te ama a ti? Tu vida, tus experiencias y tus historias han sucedido por un motivo. Son parte de tu testimonio para el mundo y un canal para que Dios muestre su amor a las personas a tu alrededor.

Invita a otros a tu vida, pero no para “enseñarles” o para darles “sermones” sobre lo que deben o no deben hacer, pero sí para amarlos y para mostrarles que el amor de Dios es bueno y que Él puede hacer cosas maravillosas en cualquier momento. Deja que tu vida sea una invitación abierta y una puerta abierta para que muchas personas puedan sentir el amor de Dios.

Por Manuelita