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Family and Friends

Los niños son esponjas, pero no hay que abusar...

manuelita otero

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¿Cuántas veces has escuchado que “los niños son una esponja”? Yo, por lo menos unas 100 veces, y sin exagerar… entre jardín, colegio, familia, amigos, redes sociales. Esta creencia de muchos me llenó de esperanza cuando empecé a ser mamá hace 6 años. Me dije “ah, bueno, así la cosa, seguro que me hago entender de alguna manera”. Es decir, siempre lo leí como un “por un lado o por el otro, con palabras, sermones o canciones, algo se le quedará a mi hija porque es como una esponja” y seguro que “más tarde que temprano me va a entender y va a APRENDER”, porque creo que esa es precisamente la obsesión de muchas de nosotras -mamás, abuelas, tías-: que nuestros chiquitos algún día aprendan algo de todo eso que tanto les repetimos. Y, si somos sinceras, especialmente todo lo que tiene que ver con “portarse bien” y “hacerles caso a los papás”. Aunque, también quiero reconocer que me siento rodeada de una generación de papás que se esfuerza por reforzar muchos otros mensajes, como el amor, el respeto al planeta y a las diferencias.  

En mi carrera porque mi hija fuera una esponja “ultra absorbente” ¡Ups!, nunca me detuve a pensar con calma -hasta ahora- qué tanta información le estaba dando. Y, cuando hablo de información, me refiero a todas esas afirmaciones que hablan de los principios con los que quiero que llene su vida para que, según mi opinión, pueda ser feliz y tener una vida sana y bonita. Cosas como “perdona, pero pon límites”; “esfuérzate así no ganes”; “saluda con amabilidad”; “respeta y cuida tu cuerpo”; “lo importante es intentarlo”. A veces, para mí, es hasta chistoso ver que -sin ser tan consciente- puedo parecerle a mi hija un manual de urbanidad y valores de esos que son como aburridos. (Por ahora, el parecer aburrida no es mi motivo de atención ni de preocupación, porque igual sigo creyendo que desde que “algo se le quede”, lo de aburrido es secundario).

Lo que sí es motivo de mi atención en este momento de nuestras vidas, es que hace poco me di cuenta que no la estaba educando. La estaba bombardeando. Y esto fue claro como el agua justo hace unos días ante una crisis que tuvimos… Sí, literalmente bombas y bombas de enseñanzas le estaba mandando acerca de cómo hacer bien las cosas, cómo respetar al otro respetándose ella primero, cómo ser buena hija, vecina, nieta, compañera de curso, en fin… Ni hago la lista completa porque confieso que me da algo de pena y, además, terminaría como en 3 días.  

En medio de la crisis tuve un momento de claridad, de esos que las mamás solemos tener y que decimos ¡Gracias!. Analizando la situación, sencillamente no entendía por qué si le estábamos enseñando tantas cosas “buenas” y “bonitas” la cosa no estaba fluyendo tan bien como esperábamos o como supuestamente debería ser, hasta que ¡eureka!: Me di cuenta que el quid del asunto estaba era en la cantidad -la verdad un poco exagerada- de enseñanzas más que en su calidad. ¿Cómo lo noté? ¿Cómo lo supe? Por su cara, por mi cara, por lo que sentí en mi corazón y sobretodo por su evidente ansiedad y algo de confusión al buscar entre tanta enseñanza cuál era la que había que sacar justo en la situación que estábamos viviendo. ¿Era la capacidad de calmarse rápidamente? ¿Era la obediencia a papá y mamá? ¿Era el amor por el otro? ¿Era el auto-control? ¿Era el cada día trae su propio afán? ¿Era el cada decisión trae sus consecuencias? Claro, los niños son pilos, y sí, absorben muchísimas cosas, y sí, es necesario inculcarles una buena cantidad de valores importantes, pero definitivamente no hay que saturarlos. La diferencia entre educar y bombardear a un hijo es enorme y yo no me había dado cuenta porque tal vez es una línea delgada fácil de pasar y difícil de distinguir. Creo que me emocioné más de la cuenta con la idea de la “esponja”, con la certeza de saber que tenía bastantes experiencias para compartir con ella y muchas cosas que enseñarle. Olvidé -en medio de mi emoción e inexperiencia como mamá primípara- poner algo de pausa, algo de ritmo, algo de sensatez.

Si sientes que algo así te puede estar pasando, o si sólo quieres darte la oportunidad de revisarlo con tus hijos, vale la pena hacerlo. No te imaginas el alivio que estamos sintiendo en mi familia con la nueva decisión de educar en vez de bombardear. Estamos probando estrategias para concentrarnos en pocas cosas a la vez y seguro que vamos a encontrar la que mejor va a funcionar. Por ahora nos estamos inspirando en Tiempo de Juego, una fundación colombiana que ha logrado mejorar la vida de miles de niños y jóvenes en condiciones vulnerables a través del fútbol. Ellos usan el deporte como excusa para enseñar y lo hacen con ritmo, con pausa y con sensatez: un valor por partido. Finalmente, es cierto: cada día trae su propio afán.  

Ana