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Rato Mariposa

manuelita otero

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¿Te gustan los consejos? ¿Darlos o recibirlos? Desde que soy mamá, a mí me encantan porque hay unos que realmente son “salvavidas”. Eso sí, evito la saturación para no enloquecerme buscando mucha información o hablando con demasiadas personas sobre el tema que ande por ahí martillándome la cabeza. Y, aunque me gusta hacerlo, la verdad me cuesta. Para mí no es tan fácil coger el teléfono, llamar a alguien e ir al grano. No sé si es orgullo, pereza o que no quiero “molestar”, pero cada día valoro más recibir esos “tips de oro” que a veces sólo logramos descifrar las mamás y los papás. Así mismo, ahora trato de compartir más los míos y no quedármelos. Los consejos son un hit tanto cuando los damos, como cuando los recibimos sin ponerle arandelas a lo que queremos decir y sin aparentar que tenemos el control sobre todo.

Hace unos años, una amiga muy especial, cuando supo de mi embarazo me aconsejó que una vez fuera mamá, siempre, siempre, siempre dejara espacio para mí y para mi matrimonio. Me hizo una carta hermosa que se llamaba De mamá a mamá y de esta se me quedó muy grabada en la memoria la palabra “cine”. Creo que esa palabra resumía lo que ella quería decirme: Pase lo que pase, siempre saquen tiempo para ustedes como pareja. Saquen tiempo para ir así sea a cine. Y hoy, siete años después de recibir su consejo, sigo haciendo caso, y ¡claro que voy a cine!

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Esta misma amiga, unos años después de que nació mi chiquita, me decía: “Tienes que dejar tiempo para ti, aunque tú estés cuidando a tu hija, aunque parezca imposible”. Cuando escuché este segundo consejo del alma, me dije: “claro... es necesario y no debe ser tan difícil; es sólo cuestión de hacer horarios, sacar el tiempo y punto”. Y les confieso que me ha tomado mucho, muchísimo tiempo implementarlo. Empecé hace como 2 años. Un día llamé a mi chiquita, que en ese entonces tenía 5 años, la senté en medio de una tarde típica de juego y le dije: “Bueno, mamá va a empezar a sacar tiempo para ella, para hacer lo que ella quiera hacer: leer, dormir, ver tele, hablar por teléfono, lo que sea. Así que ayúdame a ponerle a ese tiempo un nombre que las dos podamos entender y que cuando mamá diga que ese tiempo va a empezar, nos quede fácil recordar de qué se trata” . Ella, sin pensarlo mucho, me dijo: “Ya sé mami, pongámosle «el Rato Mariposa»”.

A mí el nombre, la verdad, me pareció divino, porque expresaba lo que yo necesitaba sentir: algo de libertad como mujer y como persona, así fuera mamá full time. Ahora, aunque el momento de ponerle el nombre estuvo hasta romántico, aplicarlo en la vida real fue tremendamente difícil. Lo hice sólo un par de veces y -aunque fuí muy feliz esas pocas veces-, al ver la oposición tan grande de mi hija cada vez que yo le decía que quería tener mi Rato Mariposa y ella ya tenía un juego en mente o alguna “locura” pensada; no fui capaz de ser constante y el año pasado lo dejé morir lentamente. Intenté de todo: escoger un día a la semana, luego una hora al día, luego que fuera espontáneo y nada funcionó. No tuve en esa etapa ni el corazón ni la determinación para que funcionara. Sin embargo, este año tomé la decisión de que, sin importar si mi hija se iba a molestar un poquito o un pocote con mis Ratos Mariposas, estos tenían que revivir porque me hacen falta, porque son sanos para las dos, porque si yo no siento algo de libertad como mamá empiezo a sentirme ahogada y amargada y sobretodo porque recordaba las sabias palabras de mi amiga diciéndome: “Si tú lo haces hoy por ti, ella lo hará mañana por ella. Ella te verá como ejemplo y se dará cuenta que es importante sacar tiempo para uno mismo siempre que se pueda”. Así que, luego de varios fracasos en años anteriores, este año empecé los miércoles y estoy feliz. Es ese tipo de felicidad que cuesta, porque, claro, no es fácil verla a ella incómoda tratando de decidir autónomamente qué quiere hacer mientras mamá está en su Rato Mariposa -al que, por cierto, ahora llamo para mis adentros «Reto Mariposa» - y tampoco es fácil que me interrumpa cada 5 minutos y responderle con una sonrisa que “mamá está en su espacio”, pero ahí vamos y sé que vamos bien.

Hoy sólo quiero decirle a mi amiga una y mil veces: Gracias. Gracias por atreverte a dar esos consejos que a veces no son tan fáciles de dar porque tal vez uno no quiera meterse en la vida de otra persona o porque pueden sonar simplemente como uno más del montón o porque, como en mi caso, son difíciles de aplicar. Gracias por no haberte callado eso que sabías por tu experiencia y que, además, sabías que me haría feliz. Gracias por entender que las familias no evolucionan solas.

Los buenos consejos pueden cambiar vidas, pueden salvar familias. Muchas veces sólo se trata de escuchar atentamente y aplicar esas palabras que por algo te hacen eco una y otra vez sin importar el paso del tiempo. Yo no sé si lo que necesitas es tener un Rato Mariposa. Yo no sé si lo que necesitas es ir más a cine. Pero sí sé que si das con cariño lo que sabes y recibes con humildad lo que otros tienen por decirte, no te vas a arrepentir de atesorar esos consejos que caen como anillo al dedo.

Ana