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Que buen silencio

Luchando contra Dios

manuelita otero

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¿Alguna vez te has sentido cansada, frustrada, y agobiada? ¿Alguna vez le has dicho a Dios “qué está pasando”, “qué estás haciendo”? ¿O le has preguntado dónde está?” Luchamos con Dios más de lo que creemos o más de lo que nos gustaría aceptar. Usualmente son discusiones “pequeñas” que van y vienen, pero a veces hay unos combates o batallas que cambian vidas.  

En Génesis 32 leemos acerca de Jacob luchando contra Dios. Fue una noche bastante estresante para Jacob: Él estaba a punto de ver a Esau, su hermano mayor, a quien Jacob había suplantado, quitándole así los derechos de hijo mayor y robándole la bendición de su padre Isaac, al engañar a este último usando una sopa de lentejas (Génesis 25, Génesis 27). Jacob tenía mucho de qué preocuparse esa noche y no sabía qué esperar. Temía por su familia, por sus propiedades y hasta por su vida misma. Pero las razones que Jacob tenía para luchar contra Dios no estaban limitadas a lo que estaba sucediendo en ese momento. Jacob había enfrentado la decepción desde su nacimiento. Su nombre significa “Tomador del talón, el que suplanta”, entonces, esa noche, sólo en la oscuridad, estaba probablemente agotado de todas las cosas que había experimentado a lo largo de su vida.

Jacob conocía a Dios y Dios lo bendecía, pero pareciera que Jacob acudía a Dios sólo buscando sus propios intereses. Jacob vio a Dios como un proveedor, como alguien que lo podía ayudar, bendecir y que además podía sacarlo de apuros en momentos difíciles. ¿Te suena familiar? ¿Qué tan a menudo acudimos a Dios pidiéndole, orando y esperando algo de Él para nosotros? Solemos poner nuestros pensamientos y sentimientos sobre los propósitos e instrucciones soberanas de Dios. Le pedimos que arregle las situaciones en las que nos hemos metido y oramos para que Él cambie lo que nosotros sentimos que es injusto. Ahí es cuando luchamos contra Dios, ahí es justo cuando discutimos con Él, nos quejamos y le rogamos. Limitamos nuestra visión y decidimos ver las cosas a nuestra manera y no a la suya. Olvidamos con quien estamos hablando. Olvidamos que Dios es soberano y lo rebajamos a nuestro nivel, a nuestros pensamientos, entonces basamos nuestra fe y confianza en las personas y en las situaciones, en vez de enfocarnos en Él y en su Palabra.

Luchamos contra Dios pensando que tenemos el derecho de hacerlo y que nuestros planes son mejores. A menudo fallamos entendiendo la inmensidad de Dios, su gloria y su poder; y lo reducimos sólo a lo que nosotros podemos entender. Cuando luchamos contra Dios, creamos un espacio en el que nuestra frustración se encuentra con la gloria de Dios y simplemente no lo podemos comprender. Nuestro dolor, nuestros deseos, nuestros pensamientos e ideas se encuentran con el plan perfecto de Dios, con su poder y el temor “sano” de saber quién es Él.

Luchar contra Dios te cambia. Entender tu lugar en contraste con el lugar de Dios es impresionante y puede ser algo abrumador. Someterte a Dios te da la libertad para dejar ir lo que estás poniendo antes que Él en tu lista de prioridades y así podrás recibir todo lo que Dios ha preparado para ti.

“¿Acaso nunca han oído? ¿Nunca han entendido? El Señor es el Dios eterno, el Creador de toda la tierra. Él nunca se debilita ni se cansa; nadie puede medir la profundidad de su entendimiento. Él da poder a los indefensos y fortaleza a los débiles”. Isaías 40:28-29

Manuelita  @manuelitaotero