Dios sabe tu nombre
manuelita otero
Mi cumpleaños se acerca y usualmente no me gusta hacer mucho bombo al respecto. No me malentiendan, yo amo celebrar la vida y comer pastel, pero no me gusta ser el centro de atención. Menciono esto porque la semana pasada mis hijos me preguntaron cómo me gustaría celebrar y, esta vez, en vez de evitar la pregunta y dejarla pasar, he estado pensando en la respuesta. Después de mucho pensarlo, decidí que lo que más feliz me hace es una noche en familia, que normalmente se extiende a amigos y a cualquier persona cercana que pueda venir y quiera pasar un rato con nosotros. Hay algo especial cuando estás rodeada de personas que amas. Nosotros nos sentamos alrededor de la mesa y cada persona comparte sus altos y bajos de la semana. Prestamos atención y hacemos preguntas. Se siente bien porque nos cuidamos unos a otros, ¡y en realidad lo hacemos! Ese es mi momento favorito: un espacio seguro en medio de cualquier cosa que estemos enfrentando. ¿Y qué mejor que tener un momento así de cumpleaños en medio de la difícil situación que estamos viviendo justo ahora?
El otro día, cuando estaba en mi tiempo a solas con Dios, leí un versículo que ya había leído en varias oportunidades, pero esta vez me sacudió al punto de las lágrimas. Estaba leyendo Juan 20 que nos cuenta de esa mañana en la que María Magdalena fue a la tumba de Jesús y la encontró vacía. “María estaba afuera de la tumba llorando… “Apreciada mujer, ¿por qué lloras? —le preguntó Jesús—. ¿A quién buscas? Ella pensó que era el jardinero y le dijo: —Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo puso, y yo iré a buscarlo. —¡María! —dijo Jesús. Ella giró hacia él y exclamó: —¡Raboní! (que en hebreo significa Maestro)” Juan 20:11, 15-16. Aún no entiendo por qué esto me tocó de manera tan profunda. Pero me puse en el lugar de María. Ella tal vez estaba abrumada con sus emociones, tristeza, frustración, confusión; probablemente agotada de tanto llorar y de no tener claridad acerca del futuro, y en un segundo Jesús cambió todo. Él pudo no haber dicho nada, pero Él dijo su nombre y ella lo reconoció de inmediato. Ese momento tuvo que haber sido increíblemente poderoso.
Estuve leyendo un poco acerca de los efectos de escuchar tu nombre. Hay varios tests clínicos y estudios científicos que prueban que escuchar nuestro nombre activa nuestro cerebro de una manera particular. El nombre de una persona es parte de su identidad, tiene mucho que ver con quién es esa persona. Necesitamos ser escuchados y que sea notoria nuestra presencia. Cuando la gente usa nuestro nombre nos sentimos importantes, aceptados y valorados.
Jesús vio a María Magdalena esa mañana, Jesús vio a Saulo cuando iba de camino para Damasco y Él lo llamó por su nombre: “Saulo cayó al suelo y oyó una voz que le decía: —¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues? (Hechos 9:4). Jesús vio a Zaqueo “...Cuando Jesús pasó, miró a Zaqueo y lo llamó por su nombre: «¡Zaqueo! —le dijo—. ¡Baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa». (Lucas 19:5). Jesús vio a Martha y cuando ella estaba ocupada en sus preparaciones y oficios, “El Señor le dijo:—Mi apreciada Marta, ¡estás preocupada y tan inquieta con todos los detalles! (Lucas 10:41). Él vio a muchas personas de la misma manera en que te ve a ti “El Señor mira desde el cielo y ve a toda la raza humana”. (Salmos 33:13) Él conoce todo de ti y Él te ama mucho más de lo que tú te puedas imaginar. Permite que Él sea la fuente de la paz, el descanso y la sabiduría que tú y yo necesitamos mientras vivimos en nuestra humanidad y enfrentamos el estado del mundo en este momento. Permite que Él sea tu foco para que así no pierdas visión y esperanza. Hay una forma, hay una solución y somos parte de ella, pero primero necesitamos encontrar nuestra paz interior y saber que no estamos solos. Estamos siendo observados y escuchados por el Creador y el Único a cargo de todo.
Manuelita